Y para no parar con la bonita tradición de las metáforas de feria, aquí voy con otra. Ayer que escribía me di cuenta de que llevaba años montada en una rueda de la fortuna. Desde arriba se veía muy bonito el panorama; desde abajo un poco menos, pero era solo cuestión de tiempo para volver a subir. Arriba y abajo eran el efecto de tener al sistema trabajando todo el tiempo: hacer cosas, ser productiva, crear, pensar, trabajar, divertirse, arriba, abajo.
Sin parar.
Ahora no puedo seguir ahí, necesito bajarme y caminar por las calles, ensuciarme los pies.
Todo ese espacio alrededor de la rueda es la vida que he construido. Con sus espacios de luz y de oscuridad, espacios que son míos-míos y que piden ser caminados otra vez, no solo vistos desde arriba y a lo lejos. Con todo este movimiento siento una necesidad muy fuerte de conectar con la tierra, de encontrar otra vez el centro, mi centro. Solo ahí puedo volver a construir, a imaginar nuevos mundos. La rueda era bonita, sí, pero me mantenía lejos de la tierra. Y ahora necesito algo muy real, necesito los pies descalzos tocando la tierra, mi tierra.
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